Segundo Encuentro
Nacional de Danza.
Escoja usté a su amigo,
o el Círculo de la castración.
Escoja usté a su amigo,
o el Círculo de la castración.
Por Gustavo Emilio Rosales.
Tercera y última parte.
Tercera y última parte.
Programa del Encuentro. Descárgalo.
El Encuentro Nacional de Danza, en su segunda edición – a celebrarse del 26 de abril al 2 de mayo en Torreón, Coahuila -, preserva su intención constitutiva: el hacer uso de la proclividad hacia la endogamia que es divisa histórica del sector danzarlo mexicano, para recortar programas, para minimizar tradiciones, para empobrecer los de por sí ya cortos panoramas de desarrollo individual y colectivo.
Durante cinco días
- la jornada inaugural y la final no las tomo en cuenta aquí: la primera
sirve, apenas, para ubicarse; la última, para salir a flote del maremágnum correspondiente -, algunos
protagonistas de la danza nacional, y huéspedes de países diversos, tratarán
(sin éxito) de cumplir una agenda atiborrada de actividades que carecen de
vínculos coherentes entre sí. Quienes formamos parte del sector no elegido para
intervenir en este programa nos prepararemos para, el resto del año, no tener
más trabajo que el que podamos generar a partir de nuestra propia iniciativa,
pues la respuesta de la institución gubernamental – léase
Conaculta/INBA/Coordinación Nacional de Danza – es previsible: el Encuentro ya
fue, no quedan más recursos; ya se hicieron talleres, ya hubo seminarios y
funciones; el Premio Nacional de Danza (equívocamente llamado “Guillermo
Arriaga”) ya se realizó; ya nos sacamos la imprescindible selfie del Encuentro. ¿No estuviste? Qué pena.
Escoge a tus amigos
Los momentos más irritantes que he experimentado en 25 años de
trayectoria periodística tienen como denominador común la frase con la que
Jaciel Neri, licenciado en turismo involucrado en oficios coreográficos,
intentó intimidar al editor que publicó oportunamente un par de notas mías, en
las que comenté, desde una postura crítica, numerosos puntos fallidos del
primer Encuentro Nacional de Danza: “tienes que aprender a escoger a tus
amigos”.
Años atrás, había
escuchado la misma consigna, amenaza apenas matizada, de labios del director
teatral Ricardo Ramírez Carnero y del mercader en asuntos culturales Gerardo
Kleinburg. En los dos casos, por la misma razón: artículos míos en donde su
proceder artístico o administrativo era públicamente cuestionado; con
argumentos y datos precisos, cabe señalar.
Escoge a tus amigos,
colócate del lado conveniente; aprende a chupar medias y disponte a callar,
mires lo que mires, pase lo que pase. No denuncies, no protestes, no critiques,
no expongas tus ideas. Esta fórmula debe ser tu estrategia principal para
hacerte de un lugar en nuestro medio cultural. De lo contrario, disponte a trabajar
en la marginalidad, en la exclusión. En resumen, si quieres llegar a ser
alguien en el Statu Quo, “tienes que aprender a escoger a tus amigos”.
Si te percatas, por
ejemplo, que el saldo de los quince años que Cuauhtémoc Nájera lleva como
dirigente de las principales instancias de la danza mexicana es el
empobrecimiento general del sector, casos de presunta corrupción (uno de ellos,
motivo de su salida de la UNAM), una castración absoluta de programas de
actualización internacional, principalmente en las áreas de crítica y teoría;
ningún resultado a favor de la profesionalización laboral del bailarín; más te
conviene no decir nada abiertamente. Satisface tu indignación, si la hubiera,
en los múltiples caldillos de chisme que florecen a la luz de los rincones, y
cuando lo veas venir – incluso pese a que, repentinamente, te arda el
vislumbrar el descarado favoritismo con el que ha impulsado el bienestar
laboral de su ex mujer, Laura Morelos -, marca reverencia y di, como Neri lo
haría, con voz tenue, sumisa, carente de toda dignidad, la palabra “Maestro”.
El domingo se hizo
para morir de melancolía
Y quiso el destino que este domingo 26 de
abril, mientras en Torreón se disponen a montar una versión espuria del Premio
Nacional de Danza INBA-UAM, yo pasara el crepúsculo frente al Palacio Nacional
de Bellas Artes, recordando las finales que el certamen mencionado celebró allí
y que eran, invariablemente, corolario de eliminatorias vibrantes, donde
participantes, jurados, públicos y organizadores parecíamos estarnos jugando el
destino irreversible de la novela que nos había tocado vivir en cada edición.
Apenas si exagero: épocas hubo en la que el Premio se esperaba, se confrontaba,
se aplicaba a él con una mezcla de esmero e incertidumbre, se discutía, se
debatía y, sobre todo, se experimentaba públicamente como algo auténticamente
significativo para la danza nacional.
Las
obras finalistas, y todos los involucrados en el Premio, ocupábamos nuestro
lugar en el Teatro del Palacio de Bellas Artes con el alma vestida para gala.
Jamás olvidaré la ocasión en que Javier Barreiro - fallecido a destiempo, como
todos los jóvenes talentosísimos que sin razón nos dejan – llegó a la cafetería
de Bellas Artes, donde lo esperábamos el resto de los miembros del Jurado de la
Crítica, con los ojos podridos de desvelo y una sonrisa de niño que por primera
vez se atreve a acariciar a un can mayor: había pasado la noche confeccionando
el diploma que habríamos de entregar horas después; Marcela Sánchez Mota, por
su parte, había donado como premio una obra plástica de su colección particular
y todos, sin excepción, llevábamos nuestros apuntes en orden, con tal de
rematar nuestros artículos correspondientes tan sólo con los datos de lo
sucedido en esa última función (había que publicar de inmediato, sentíamos: el
público así esperaría; había que estar listo a responder las llamadas de
reporteros que nos pedirían nuestro análisis de la final en cuestión).
Teatros
diversos, públicos que abarrotaban eliminatorias y finales, premios de crítica
y fotografía, notas en radio, prensa escrita y tv, análisis posteriores con
miras a mejorar la siguiente edición; memorias impresas, temporadas posteriores
con lo mejor de la justa…. Todo eso ha desaparecido: ahora, como sucedió el año
pasado, en Guadalajara, el Premio se llevará a cabo discretamente, castrado en
participaciones y en espíritu, y su final será, como diría la politóloga y
analista Denise Dresser, “entre cuates”, en el salón de algún hotel.
Conozco
bien el Premio, no sólo de participar en él como jurado en distintas ocasiones,
sino también por haber realizado un número especial de la Revista DCO acerca de
sus XXV años – con artículos escritos por los protagonistas de todas esas
ediciones y también de sus fundadores, entre ellos el inventor del premio,
Carlos Montemayor- y colaborado como informante en la edición especial que en
torno a la misma celebración llevó a cabo Abril Boliver; y por tanto no dudo
que la depauperación del mismo no sólo es causa de los malos oficios de Nájera
como administrador, de su pobreza de visión y de estrategia, de su parcialidad,
sino también, y principalmente, de la carencia de actitud crítica del medio y
de su falta de solidaridad profesional, de su falta de memoria.
Mientras
redacto esto no puedo evitar recordar los juicios que emanaron de cada edición,
desde la perspectiva de críticos como Carlos Ocampo y Rosario Manzanos; desde la
óptica de bailarines y coreógrafos que hoy son difuntos, como Waldeen y Gerardo
Delgado; desde la vivencia de asiduos participantes, como Mauricio Nava y Marco
Antonio Silva… Páginas, tan sólo; decenas de páginas que contienen experiencias
que actualmente parecerían ser poco menos que vapor. El Premio era importante
para la danza mexicana, pues se trataba de su principal rostro público. Y eso
se está desvaneciendo: lo que suceda en el hotel de Torreón, sea lo que sea, no
podrá estar a la altura de la tradición que está por extinguirse.
Parece ser que sólo debes recordar una cosa: de
esto no se habla. Al menos si deseas serle servil a tus “amigos”.
El traje nuevo del
emperador
¿A ti también, como a los cientos que no lo
pueden ver y lo ven, también te fascina el mítico vestuario del líder? Aunque
te esfuerces por pensar que te parece lindo, la realidad, analizada, te
mostrará la obscena desnudez, las carencias, las grietas que marca la mentira.
Para
comenzar, en el programa del Encuentro, que luce vasto y pomposo, no hay la
mínima mención a un homenaje a Pilar Rioja, la figura más importante que
históricamente ha dado la sede, Torreón, para la danza mundial (¡Increíble! Es
como hacer un encuentro de futbol en Villa Fiorito, Argentina, lugar donde
nació Maradona, y no recordar ceremonialmente al Diez). Tampoco hay lugar artístico o académico para expresiones
tradicionales de la danza local: como la polka, contradanza, jarabe pateño o
matachines; como sí lo hay para dos compañías de ballet – una de ellas la Compañía
Nacional de Danza, que dirige la ex esposa de Nájera - y un grupo veracruzano
de zapateado jarocho.
Programas
que anteriormente – como sucedió con el Premio INBA-UAM – tuvieron sus espacios
y sus tiempos de convocatoria y realización, hoy forman parte del Encuentro de
manera apresurada y con perfiles de anonimato que preocupan. “La danza vale”,
dirigido por Héctor Garay, es una muestra de ello: sabemos su tabla de
contenidos, pero no sus expositores y la forma en que estos fueron convocados.
En la oferta de clases basta con ver que hay un módulo de técnica Graham para
sentir un vuelco en el estómago: así de extemporánea es la cultura dancística
en nuestro país.
Abundan
programas estériles como el Encuentro de Centros de Formación Profesional,
dirigido por Fabienne Lacheré (la Iglesia en manos de Lutero), que carece de
una auténtica base académica. Y hay otros, como la reunión de la Red Nacional
de Festivales de Danza, que conservan sus procesos y resultados en extremo
secreto (me gustaría saber si alguien, en esas reuniones, se ha preocupado por
analizar los motivos del por qué si existen casi 50 instancias afiliadas a esta
red hay tan pocos públicos, en general, para la danza, en el país).
En
fin… Se vive el inicio del segundo Encuentro Nacional de Danza en tierras
regidas por los hermanos Moreira – clan constitutivo de la estructura de poder
que elevó a Peña Nieto a la Presidencia de la República –, Humberto y Rubén,
respectivamente (el primero ligado fuertemente a células del crimen organizado;
el segundo, apodado Zerevro – la Z no es gratuita-, famoso por su carácter represivo y ambicioso), donde no es la cultura
precisamente lo que destaca en la mesa común. Mientras tanto, diversos signos
políticos y sociales (que deberían ser lo mismo, pero no) indican que México
vivirá, antes de que este año finalice, uno de los mayores recortes en sectores
educativos y artísticos. Mientas tanto, Cuauhtémoc Nájera ya logró que su padrino, Horacio Lecona, soldado de María
Teresa Uriarte, esposa de Francisco Labastida Ochoa (figura emblemática del
poder príista) y títere de Gerardo Estrada, uno de los dos capos de la cultura
nacional, le consiga los cargos de asesor artístico de la Compañía de Danza
Joven de Sinaloa y de la Licenciatura en Danza Contemporánea de la Escuela
Superior de Danza de Sinaloa; quizá para asegurar una probable mudanza hacia
Mazatlán, bajo la bendición de los mariscos más sabrosos del mundo, y lejos,
muy lejos, del Apocalipsis que vendrá.